Revista ñ
En 1959, el poeta entrerriano Arnaldo Calveyra viajó a conocer Francia. Un año después, aceptó una beca para volver a estudiar a París y desde entonces vive allí, donde escribió una obra profusa. En su casa recibió a Ñ Digital para hablar de aquellos años y "del coro de la poesía argentina, que tiene lo suyo".
Por Alejandro de Nuñez
Arnaldo Calveyra
Con 82 años, el poeta entrerriano Arnaldo Calveyra lleva más de 50 viviendo en París. En el corazón de esa ciudad, su casa de la rue Pascal pertenece a un barrio, el quinto, del que se siente parte.
Nacido en 1929 en la localidad de Mansilla, Entre Ríos, ya de joven alternaba sus estudios en Letras en La Plata con un trabajo de fin de semana en un muelle de fumigación allí cerca, en Ensenada –por entonces, Carlos Mastronardi lo había aceptado de discípulo, incluso lo ayudó en la edición de su primer libro–, cuando un viaje sentimental lo llevó a conocer Francia en 1959, donde se dedicó a escribir con intensidad. A su regreso, "las condiciones personales eran muy difíciles para mí, tenía 40 horas semanales en liceos, los sábados y domingos eran para corregir y no había manera de hacer creación como había hecho durante ese año", explicó cómo decidió aceptar una beca que lo devolvió a París para escribir su tesis sobre los trovadores provenzales. Desde entonces, vive allí.
"Las cosas te van mostrando el camino", cuenta hoy, mientras repasa en voz alta los personajes que lo guiaron en su nueva vida europea, sin embargo marcada por la soledad y la austeridad. Fue amigo de Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik, quien le presentó a Laure Bataillon : su traductora del español al francés y también quien se ocupó de encontrarle una editorial, Actes Sud, que publicó la mayoría de sus libros de poesía, prosa y teatro incluso antes que en su idioma original. Aunque nunca se sintió tentado de escribir en francés. "Eso es dificilíismo –asegura con énfasis en la expresión– un escritor francés sabe arreglárselas con su lengua, y yo sólo conozco un poco del castellano... Además, es el francés hablado el que conozco, pero escribir es una patriada que no me animo a emprender. Puedo escribir una carta quizás con alguna felicidad de expresión, pero un libro en francés no es para mí", aseguró.
Guiado por una doble necesidad, la de crear y la de sostener a su familia, Calveyra construyó una profusa carrera literaria de se editó en la Argentina mucho después que en Francia, cuando la editorial Libros de Tierra Firme de Buenos Aires reunió en 1988 dos libros de poesía : Iguana, iguana y Cartas para que la alegría. Desde 1999, varias casas editoriales, de las más grandes como Tusquets a las más independientes como Vox, se encargaron de hacer llegar a los lectores argentinos su singular voz.
Allí en París sigue escribiendo, de tanto en tanto recibe a los poetas que lo visitan, con los que hablar de revistas, de ediciones... y de bueyes perdidos también. "Desde muy joven me acostumbré a no comprar libros, por falta de dinero. Podía ir a las librerías a mirar pero no a comprar. Leo mucho en bibliotecas, y a veces trabajaba ahí también ; pero no es una idea romántica esa del poeta que no come, que no se viste, que no tiene habitación fija. Es mejor que el poeta tenga un poco de dinero. O mucho".
La couleur grecque tombe, tombe du ciel, tombe dans les recoins obscurs du chemin, dans le crépuscule engourdi. Elle me réclame une maison et les fenêtres de cette maison avec une porte à franchir, à moi, hôte éternel qui ne cesse de reconnaître le lieu, voilà ce que me demande la nuit exaltée qui arrive, mais ne m'offre-t-elle pas le monde et ce que j'ignore de ce recoin qui se perd, qui abandonne peu à peu ce qu'elle n'a jamais eu parce qu'elle rêve de nous reconnaître ?, je la ramènerai chez elle dans les étoiles, l'érigerai comme unique géographie.
L'auteur s'interroge sur la dérive politique et idéologique de son pays. Comment le peuple argentin peut-il rester à ce point absent à lui-même, incapable de se relever ? Un texte à mi-chemin entre un roman et un essai.